La empresa familiar, generalmente, nace como idea de un emprendedor, una persona que intuye una oportunidad donde los demás no ven nada o, lo que es peor, solo ven problemas.
Así, esa persona sola, o con la ayuda de su pareja, lleva adelante el emprendimiento. Este crece y, como es natural, se incorporan a él colaboradores y, con el tiempo, cuando los hijos tienen la edad para sumarse, lo hacen. Es entonces cuando aquel emprendimiento se va convirtiendo en una empresa familiar.
A toda esta situación, sobreviene un hecho observable, en muchos casos: el fundador considera que le faltan estructura y mejor organización, cuando no se decantan por la creencia de que “todas las cosas están mal”.
En realidad, es imposible que el emprendedor “haga todas las cosas mal” pues, de lo contrario, no se habría construido lo que existe; vale decir, forzosamente, muchas cosas se han hecho bien. Lo que sí ocurre es que son necesarios algunos ajustes que den al emprendimiento inicial una estructura empresarial.
Esa estructura pasa, fundamentalmente, por el funcionamiento efectivo de los órganos de gobierno, la clara determinación de las funciones, los roles de cada uno de los colaboradores y otras tareas análogas. Dicho de otra manera, pasa por profesionalizar la gestión.
Dentro de este proceso, un tema muy importante es separar la caja de la familia de la caja de la empresa, de manera tal que los gastos que se realicen sean pagados con los fondos que correspondan: los familiares, con los de la familia, y los empresariales, con los de la empresa.
El único fundamental motor de estas tareas es la convicción que asista al fundador en el siguiente sentido: debe creer cabalmente que los referidos ajustes deben llevarse adelante, y que, en caso contrario, los trabajos que se realicen no obtendrán los resultados esperados.
Esa profesionalización, que requerirá un tiempo de adaptación a las medidas incorporadas, hará posible una sana práctica: las decisiones serán compartidas y no solo dependerán del fundador y su criterio.
Adquirir la estructura descrita lleva su tiempo. Es un proceso que requiere paciencia, pero que deviene en absolutamente necesario para que aquel emprendimiento inicial, se transforme en una empresa que tenga la posibilidad de trascender en el tiempo.
Cuanto antes se asuma, por parte de aquel visionario fundador que el crecimiento -que, por otra parte, fue propiciado por su propia acción- requiere cambios organizacionales no siempre fáciles, mejor será para la empresa que, marchará decidida, hacia su afianzamiento.
Marcelo Codas Frontanilla
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